«El cielo miró arder desde su abismo
como un diamante en negro terciopelo
Madrid, alma encendida a su espejismo»
José Bergamín. Anocheció Madrid.
La imagen:
La imagen es del cielo de Madrid, tomada un día cualquiera desde la ventana de mi casa. Porque con estos cielos imponentes la gran ciudad nos regala a los madrileños casi a diario. Teñidos de rojos ardientes, de naranjas luminosos, de grises borrascosos o de ese azul nocturno tan profundo que se funde con la noche, los cielos madrileños asombran incluso a los más acostumbrados. He viajado a países húmedos, donde las nubes pierden su forma y se tornan en una masa cálida y envolvente. Desde allí he anhelado los cirros, los cúmulos, y otras formas algodonosas bien definidas, que pintan los cielos de Madrid.
He viajado a países del norte y allí he visto atardeceres esplendorosos, pero siempre me ha faltado la calidez suave y anaranjada de los rayos que tiñen el cielo vespertino de mi ciudad. Si se les tilda de velazqueños, es porque los cielos de Madrid son una pintura en sí mismos. Son cuadros asombrosos que llenan de arte la grisura de un día banal. Hay muchas cosas que ver en Madrid, pero una de las más bonitas está al alcance de todos. Basta con levantar la mirada y perderse entre las formas y colores de la bóveda celeste que guarda a la gran ciudad.
La palabra:
“Anocheció en Madrid” es un poema de José Bergamín, un madrileño ilustre. Bergamín nació un 30 de diciembre de 1895 en una casa de la Plaza de la Independencia, frente a la Puerta de Alcalá y casi a las puertas de El Retiro. Poeta, dramaturgo y ensayista, pasó en esta casa su infancia, su adolescencia y su primera juventud. Hijo de un ministro de la Restauración, estudió Derecho en la entonces llamada Universidad Central. Frecuentó desde joven tertulias literarias y fue amigo de Juan Ramón Jiménez, de Unamuno, de Machado o de Valle-Inclán. Participó en los comienzos de la Generación del 27, aunque él prefería llamarla la Generación de la República. Como otros de su generación, tras la Guerra Civil marchó al exilio. Llevaba con él un ejemplar de Poeta en Nueva York que el propio Lorca le confió antes de morir. Él mismo se encargaría de editarlo.
Tras un periplo de años por México, Venezuela, Uruguay y Francia, y un intento fallido de vuelta a su tierra natal, regresó finalmente a Madrid en 1970. Contrario a la Transición, se instaló más tarde en el País Vasco y tomó la decisión de ser enterrado en Hondarribia. Allí murió en el verano de 1983. Pero en Madrid queda hoy la calle que lleva su nombre y de Madrid habla también su poesía: “Ciudad nocturna en urna de su hielo,/ Narciso enmascarado de sí mismo, /y Eco, muda de asombro, el mismo cielo.”
Madrid 📍Madrid, España 🌐 esmadrid.com
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