There's the tree that never grew There's the bird that never flew There's the fish that never swam There's the bell that never rang *** He aquí el pájaro que nunca voló He aquí el árbol que nunca creció He aquí la campana que nunca sonó He aquí el pez que nunca nadó Rima popular de la ciudad de Glasgow
La imagen:
Glasgow, Escocia. Bajo a pie por High Street desde la parte alta de Glasgow. Tras una suave curva, aparece, inesperado, un mural espectacular que cubre la fachada de la primera de las casas de una hilera de edificios victorianos. El magnetismo que emana me obliga a pararme ante él y fijarme en sus detalles. Un hombre de aspecto rudo tocado con un gorro de lana – quizás un obrero o un pescador del río Clyde -, sostiene con delicadeza en su mano derecha un petirrojo, mientras otro ave se le acerca por detrás.
Fascinada por la expresividad de la imagen y por el contraste entre el hombre y el pajarillo, investigué un poco más. Pude saber que se trataba de San Mungo, el patrón de Glasgow, cuya tumba había visitado minutos antes en la muy gótica catedral de la ciudad. Eso sí, en versión actualizada y revisada, ya que el santo nació y vivió en el siglo VI. Este hombre milagrero llegó a lo que luego sería Glasgow en un carro tirado por dos bueyes y precedido por una curiosa leyenda.
La palabra:
Cuando la princesa Teneu, hija del rey Lleuddun, quedó embarazada del caballero artúrico Owain Mab Urien – un hombre casado – , se la condenó a morir arrojada desde lo alto de la colina Traprain Law. Pero Teneu sobrevivió, se refugió en un monasterio y poco después dio a luz a su hijo, Kentigern, que allí fue educado por el monje San Serbán. Fue éste quien dio al joven el nombre de Mungo, que significa “el muy querido” en el antiguo idioma cúmbrico.
Mungo fue un alumno aventajado, lo que en ocasiones suscitó los celos de sus compañeros. En una ocasión, apagaron una lumbre del convento que Mungo debía mantener encendida. Pero el joven, salió en pleno invierno a buscar ramas de roble, y con el fervor de sus plegarias consiguió hacerlas prender. Fue uno de sus primeros milagros. En otra ocasión, Robin, el pequeño petirrojo que hacía compañía al monje apareció muerto. Mungo fue acusado por sus compañeros de ser el responsable de la desgracia. Éste, sin embargo, tomó al ave inerte entre sus manos y le ordenó vivir. Inmediatamente, Robin se levantó y empezó a trinar, ante el asombro de todos.
Más tarde, Mungo se instaló en la ciudad de Sterling, donde conoció a un hombre sabio llamado Fergus. Se hicieron buenos amigos, de tal manera que cuando Fergus se sentía morir, confió a Mungo su último deseo: que su cuerpo fuera llevado en un carro tirado por dos bueyes para ser enterrado allá donde se detuvieran los animales. Mungo cumplió lo dispuesto. Tras un largo camino, los bueyes se pararon en un pequeño campo que había ardido y al que Mungo llamaría Glas Ghu, “mi querido lugar verde”. Allí fue enterrado Fergus y allí sería enterrado Mungo años más tarde en lo que hoy es la catedral. Los dos santos son patrones de esta ciudad escocesa que porta en su escudo de armas los símbolos de cuatro de los milagros de Mungo y tiene como lema otra frase del santo: “Hagamos que Glasgow florezca”.
Mural de Saint Mungo 📍 287 High St, Glasgow G4 0QS, Reino Unido
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